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Tabla de planchar DIY

Tabla de planchar DIY

Recuerdo que desde muy joven, junto con mi hermana Elena, nos gustaba experimentar cosas nuevas y construir nuestras propios juguetes. Teníamos 3 manuales de Disney en donde los tres sobrinos de Pato Donald te guiaban como si fueras un explorador, por diversos caminos, y tenías que poner en práctica muchas técnicas de sobrevivencia… cuánto nos divertíamos! Creo que realizamos cada uno de esos experimentos… Hoy en día las cosas son un poco diferentes y a los niños promedio, especialmente si viven en una gran ciudad, no les gusta realizar cosas manuales o tener que resolver acertijos. Ese contínuo experimentar sigue habitando en mi, tanto es así que no pierdo la oportunidad de comprar cualquier libro de decoración del hogar que se me cruce y que permita poner a prueba mis habilidades para crear mi propio espacio. Antes de casarme, recuerdo cómo me divertí amueblando y decorando una habitación en el sótano de la casa de mi abuela que estaba destinada a ser mi primer atelier, con las paredes verde manzana (uno de mis colores favoritos) y una pared a rayas multicolores (mi gran orgullo!), junto a toda una serie de muebles de Ikea (desde siempre una de mis tiendas preferidas). Prometo colocarles una foto aquí en lo que las encuentre (con tantos discos duros que pasaron por mi vida desde aquél entonces, es difícil encontrar la carpeta correcta, desafortunadamente!).

En nuestra mudanza internacional, una de las piezas que llegaron a Panamá fue un mueble de planchar que una muy querida amiga nuestra, María, nos había heredado cuando también partió de Venezuela. Durante los primeros años aquí, la había usado así tal cual como estaba, sin prestarle mayor atención, guardando muchas telas en sus estantes. Al mudarnos al apartamento, hace 4 años, había terminado en el depósito del sótano, prácticamente olvidada, puesto que ya no me dedicaba a la costura.

No fue sino hasta este año, creo que por culpa de la pandemia, que me acordé de ella y quise volver a usarla. Después de limpiarla, me dieron ganas de darle un nuevo look, especialmente porque la tela estaba algo seca y no olía de lo mejor (demasiado encierro!). Obviamente no sabía por dónde empezar, y sabía que no podía hacerlo de cualquier manera porque la mesa de planchar es algo serio, donde se acumula mucho calor y hay agua involucrada. Decidí entonces consultar entre los varios grupos de quilting y patchwork a los que pertenezco en Facebook y, entre todos los consejos que me dieron, armé el rompecabezas.

Primeramente, comenzé a despegar toda la tela que recubría la tabla de madera, tratando de eliminar las grapas que la sujetaban, pero me di cuenta de que jamás iba a poder sacarlas todas puesto que ese lado de la madera era talmente dura que mi destornillador no le hacía ni ñé. Ese lado, además, era el que mejor se presentaba, mientras que el que estaba cubierto por la tela tenía unas grietas (imagino producto del calor) que necesitaba sanear. Aparentemente, el tratamiento que recibió cada lado había sido diferente: el lado con las grietas era más suave para engrapar las telas, pero no podía voltear la tabla puesto que se iban a notar en la parte de abajo.

Así que decidí dejar las cosas como estaban y seguir los consejos que me habían dado. Empecé por abrir todas las grietas hasta dejar visible la madera (que no era madera real sino contraenchapado). Una vez que estuvieron abiertas todas, hasta donde la cubierta de fórmica se dejaba abrir, las nivelé lo más parejo que pude, puesto que parecían colinas.

Seguidamente, preparé una mezcla con pega blanca y crema de afeitar (la verdad no medí la dosis, simplemente al ojo por ciento coloqué la misma cantidad de una y de otra en un recipiente) y con un pincel viejo de mi hija procedí a sellar todas las aberturas con esa mezcla. Me cercioré de que no hubiese ninguna madera expuesta que no hubiese sido cubierta por el pegamento, puesto que de eso dependía de que no se siguiese abriendo con el uso. Dejé que se secara por completo.

Una vez seca, cubrí toda la tabla con papel aluminio, para evitar que la humedad de la plancha dañara ulteriormente la fórmica y la madera. Después, tuve que pedir ayuda a mi esposo para que me ayudara a quitar la tabla del mueble y poder trabajarla “de cabeza” sin tener que levantar todo ese peso y que resultase más cómodo el proceso.

El siguiente paso fue cubrir la tabla con Insul-bright, un relleno especial que generalmente se utiliza en la elaboración de loncheras, guantes para el horno, agarradores, y hasta chaquetas invernales, donde sea necesario mantener la temperatura o repelerla, dependiendo de qué lado se utilice cerca del cuerpo o el alimento. Fue la parte más controversial puesto que unos decían que la parte con aluminio debería ir hacia arriba para que el calor se devolviera hacia la superficie y así la tela recibiría el calor de la plancha más el reflejado por el relleno y otros hacia abajo para evitar que el calor entrase en contacto con la madera. Terminé poniendolo hacia arriba puesto que pensé que debajo de él ya estaba el papel aluminio (crucé los dedos para que mi elección fuese la correcta hahaha!).

Le tocó el turno a la cubierta de lana. Todos coincidieron que debía de colocar de 4 a 5 capas de cualquier cobija de lana que tuviese para que el calor generado por la plancha se propagase de manera uniforme por toda la superficie de planchar y ahí agradecí el hecho de que nunca me deshice de las cosas que mi tía me regaló, aunque no me hubiesen servido en un clima tropical! De las dos que tenía, escogí la menos colorida y procedí a doblarla tantas veces como diera el ancho (en total fueron 4). A la final, utilicé la mitad de la cobija y lo que quedó, lo guardé para utilizarlo en futuros proyectos. Confieso que me sentí un poco culpable al cortarla, puesto que no me gusta dañar las cosas que están en buen estado, pero como era para una justa causa respiré profundo y procedí!

      

El último paso debía ser el forro de tela. Fue una decisión difícil porque sabía que debía ser resistente, preferiblemente con poco diseño para no distraer la atención y que permitiera relajar la vista al utilizar la tabla. Revolví todas las cajas de telas que no fueran las de algodón que utilizo para mis trabajos y me encontré con una tela de rayas que era muy tupida, con buena estructura, comprada en una de esas fábricas famosas en Italia y que parecía decirme “Úsame!”. Me acordé que tenía el forro original de la tabla de planchar que había traído de Alemania y que aquí había sustituido por uno nuevo porque estaba muy manchado, pero el acolchado siempre me había dado una sensación excelente al planchar. Tenía el mismo ancho de mi tabla actual (por eso me había gustado esa tabla alemana: era más ancha que las demás tablas de planchar que había visto en el mercado) así que fijé la tela rosada encima de ese forro y la cosí todo alrededor, dejándole el mismo borde del forro para que pudiese engraparlo a la madera. Una vez más, agradecí mi instinto de comprar cualquier tipo de herramienta “porque tal vez un día pueda necesitarla” y mi engrapadora de tapicería ya me había sacado de más de un apuro creativo.

Mi esposo volvió a colocarme la tabla encima del mueble y… voilá! Ahora tengo una mesa de planchar completamente remodelada y acorde a lo que necesito. Utilizo el palo, que supongo nuestra amiga había pensado para colgar los ganchos de la ropa ya planchada, para pasar el cable de mi mini plancha Oliso, de manera tal que cuando no está en uso no se arrastra por el piso, y cuando la uso me sirve para que no se enrede. Además, las líneas de la tela me ayudan a determinar cuando algo está recto o torcido y eso resulta muy provechoso.

Moraleja: no esperes a encontrar hecho todo lo que necesitas; atrévete a realizarlo! Feliz semana…

 

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